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  • Literatura y visión del otro
    Joel Franz Rosell

 

El problema no es nuevo, pero lo replantea la globalización de los productos culturales. En la práctica, la  globalización equivale esencialmente a la difusión prioritaria de una parte de la producción editorial occidental hacia el mundo entero. Este proceso viene asociado a la concentración editorial,  que no solo garantiza los mercados para distribuir los productos de las metrópolis de la cultura industrializada, sino que implica una remodelación de la producción en la periferia puesto que los grandes grupos transnacionales (norteamericanos, alemanes, franceses) compran las mayores editoriales nacionales, reorganizando no solo su modus operandi, sino las formas y contenidos de los libros, sean éstos de ficción o no.

Desde el punto de vista comercial, los efectos de esta globalización son preocupantes; porque además de la “normalización” de la actividad editorial en el interior de los grandes grupos, generan difíciles condiciones de competencia para las empresas independientes, que son las que –por vocación o porque no podrán disputar a empresas económicamente más fuertes los productos más costosos y de mayor éxito comercial- publican autores alternativos, experimentadores o de interés para sectores minoritarios. De esta manera, desde el punto de vista cultural, el daño causado por la concentración-globalización puede ser mayor al ocultar, deformar e incluso destruir la pluralidad de identidades que –todavía- caracterizan a nuestro planeta.

 

Un poco de historia

Recordando rápidamente la historia de la representación del extranjero en la literatura infantil europea, notamos que el tema aparece con el nacimiento mismo del «género» en un ambiente propiciado por el descubrimiento del libro más «exótico» de la literatura universal: Las mil y una noches, bazar de leyendas, mitos y cuentos populares indo‑pérsicos cuya sombra ‑benéfica y maléfica a la vez‑ sigue planeando sobre nuestros destinos.

En los siglos xvii y xviii predomina la visión paternalista del exótico como un buen salvaje. Esta imagen estereotipada se hace dual en el siglo xix con el auge de la ideología colonialista: de un lado están los buenos salvajes que aceptan el yugo “civilizador”: servidores, amigos o aliados del blanco, y de otro los bárbaros malvados, que se oponen a la luz y el progreso que nos trae Europa. Tales enfoques caracterizan la novela de aventuras nacida en la cuna bastarda del folletín y afecta tanto la muy cuestionada narrativa de «indios y vaqueros», cuya figura sobresaliente fue el charlatán mistificador Karl May, como la obra de escritores de la talla de Emilio Salgari, Julio Verne o Rudyard Kipling.

Hay que subrayar que la visión caricatural del extranjero no se limita a las culturas distantes, pues expresiones de diversa densidad de xenofobia, racismo y otras lacras ideológicas se manifiestan en la evocación de países vecinos (especialmente en caso de conflicto) o del compatriota que practica otra religión o modo de vida (judíos, gitanos, habitantes de regiones con identidad propia y hasta campesinos y proletarios), sin por supuesto olvidar la posición de izquierda, es decir, la que genera los estereotipos positivos (el humilde y el explotado siempre buenos).

No menos reveladoras pueden resultar las actitudes prejuiciosas de autores de unas regiones del Tercer Mundo respecto a otras. No es imposible encontrar autores latinoamericanos que protestan por la visión superficial que de sus países dan algunos autores europeos, pero que no titubean en mostrar en forma no menos estereotipada a africanos y asiáticos, e incluso a minorías étnicas de sus propios países (aborígenes, negros, mestizos o emigrantes recientes).

Un ejemplo aleccionador de la forma solapada en que puede manifestarse el prejuicio etnocéntrico, la encontramos en un hombre de la inteligencia pedagógica, la altura moral, el amor a la infancia y el coraje de Janusz Korczack, mártir del pueblo judío que ofrendó su vida en los campos nazis de exterminio. Korczack, sin embargo, en su libro El rey Matías I incluye episodios como éstos:

 

Sólo dos veces tuvo Bum-Drum que castigar a los reyes negros. A uno le dieron palos por haber arrancado el dedo a un lacayo blanco, y otro pasó un día entero encerrado en una jaula de hierro porque la noche anterior había provocado una terrible riña.

Lo que ocurrió fue lo siguiente:

De pronto le apeteció tocar el caramillo, y aunque ya era de noche y los otros reyes habían dicho que estaban cansados y querían dormir, no le importó nada y se puso a tocar. Entonces los otros le intentaron quitar el caramillo a la fuerza y él se encaramó encima de un armario y empezó a tirar desde arriba todos los floreros y figuras que estaban de adorno. Luego, saltó por la ventana al parque, se subió a la terraza del palacio de invierno y armó tal alboroto que despertó a todos los reyes blancos...1

 

El libro de Korczac es un alegato contra la estupidez humana, en particular la de los adultos. El protagonista, el niño rey Matías, es amigo del rey africano Bum-Drum y la historia muestra también virtudes de estos y defectos de los blancos, y no hay que olvidar que algunas cosas están dichas irónicamente, pero nada de esto consigue disimular la convicción del autor de que la blanca y occidental es la verdadera civilización:

 

-¡Perfecto! -gritó Matías-. Que Bum-Drum envíe aquí unos cien negros, nuestros sastres les enseñarán a hacer trajes, nuestros zapateros a coser calzado, nuestros albañiles a construir casas. A los que se queden allí les mandaremos tocadiscos para que aprendan música bonita; primero trompetas, tambores y flautas; luego violines y pianos. Les enseñaremos nuestros bailes y les mandaremos cepillos de dientes y jabón.

-Cuando se acostumbren, dejarán de ser tan negros. Aunque, a decir verdad, no me molesta su color. 2

 

La literatura infantil europea alcanza su madurez entre fines del siglo xix y principios del xx. El creciente respeto a la inteligencia y sentido crítico de la infancia, la complejización progresiva en el tratamiento de personajes y el mejor conocimiento de otros pueblos, gracias al desarrollo de la información y a los viajes, contribuye a moderar la representación superficial del extranjero. Sin embargo, el mundo de las lecturas infantiles sufrirá entonces el advenimiento de un género nuevo, prácticamente nacido en un nido de estereotipos, violencia y racismo: el cómic, que aprovecha los cambios tecnológicos y comerciales de la última postguerra (¿la primera etapa de la globalización?) para imponerse por doquier.

Mientras los estereotipos se afianzan en publicaciones periódicas y seriales de distribución internacional, instrumentalizados por la guerra fría y los conflictos de la descolonización, la literatura, el texto documental y el sector más creativo de la historieta se convierten en frente de batalla por la democratización del libro, tanto en su distribución como en los valores que contiene.

Los años cincuenta y sesenta verán progresar de manera espectacular series de novelas detectivescas y de aventuras que dan una visión esquemática o prejuiciosa de países y regiones utilizados como mero escenario pintoresco (recordemos las series Aventura de la inglesa Enid Blyton, Los Hollister, del norteamericano Jerry West o Michel, del francés Georges Bayard), pero simultáneamente aparecen libros de mayor calidad cuyos autores comunican a los lectores su propia fascinación por la naturaleza, la cultura y las gentes de otros continentes (el alemán Hans Radau, la danesa Cecil Boedker, el francés René Guillot...)

La reforma de la enseñanza y el nuevo vigor que adquieren las ideas de izquierda a fines de los 60 impulsan a los escritores en el esfuerzo por acompañar a sus lectores en el rechazo a los prejuicios y a la exclusión. El fenómeno de la inmigración se hace cada vez más evidente y se cobra conciencia de que el diferente existe no solo allende la frontera. La gradual profundización en los verdaderos problemas del emigrado y de sus descendientes nacidos en Occidente gana espacio en la literatura juvenil e infantil desde mediados de los 80. El otro pasa de víctima a héroe, rebasando el terreno del personaje para ser también público lector e incluso autor, dada la creciente presencia de escritores que tienen ellos mismos sus raíces en otras culturas.

Es evidente que he hecho un recorrido sucinto y esquemático y que no he destacado las substanciales diferencias existentes entre los diversos países europeos y de América del Norte (y dentro de ellos, puesto que todos son pluriculturales).


Calidad y cantidad

El problema del abordaje de la diferencia (étnica, social, religiosa, económica, sexual) no se limita a los personajes reflejados, sino a la identidad cultural de los lectores mismos. A este respecto, la consideración de la diferencia es directamente proporcional al nivel de la actividad editorial. Tomar en cuenta características socio‑culturales altamente diferenciadas en el lector de destino supone un desarrollo de la producción y comercio de libros que aún no se ha alcanzado en la mayoría de los países del planeta.

Por otra parte, la bibliografía occidental preocupada por la visión que se da del otro, adolece -pese a la existencia de experiencias inteligentes y eficaces- de una circulación muy restringida. Trátese del trabajo de un editor esclarecido, de proyectos gubernamentales, de iniciativas de la UNESCO, la UNICEF y de ONG, o de operaciones conjuntas, lo cierto es que los esfuerzos por presentar a los lectores realidades diferentes de la propia tienen siempre algo de plan piloto, de experimento, de acción puntual que hace las tiradas reducidas y por tanto más costosas que eficaces.

Salvo algunos raros álbumes y novelas en que la hondura del análisis, la parábola o la fantasía han hecho trascendente el tema, el tratamiento suele ser áridamente realista y basado en situaciones y necesidades concretas, difícilmente universalizables. Mientras tanto, los niños y adolescentes del mundo siguen sumergidos en la versión estereotipada y simplista que de las zonas periféricas trasmiten masivamente las transnacionales de la edición y de la imagen (todos hemos reparado en la presencia de chicos negros y asiáticos en las escenas de grupo de la versión cinematográfica de los libros de Harry Potter, pero ningún chico no europeo tiene un papel relevante; son mero decorado, pura concesión a los porcentajes de “multiculturalidad” que exige el correccionismo político norteamericano).

Si aspiramos a que la literatura infantil sea realmente universal y a que la realidad y el imaginario de nuestro planeta disponga de apropiada representación en las páginas de los libros, ha de lograrse un mejor equilibrio de la edición internacional, de modo que las obras de todos los países tengan posibilidades iguales o, al menos, proporcionales de circulación.

La realidad es todo lo contrario: en Occidente los originales nacionales ocupan al menos el 50% de la oferta de títulos, repartiéndose el resto entre el libro anglosajón, que domina largamente, y una modesta parcela reservada a obras de otras naciones industrializadas. Una franja que raramente excede el 1% acoge los libros de los demás países del mundo, predominando los del  área de influencia lingüística, económica y política del país editor: en Francia se percibe una clara presencia del Magreb y el Africa negra francófona, en España se destaca Hispanoamérica y en Estados Unidos no falta material sobre México y América Central, los aborígenes norteamericanos y, más recientemente, algunos países asiáticos.

Resulta extremadamente curioso el hecho de que esas ediciones incluyan tan pocos originales de las culturas que pretenden dar a conocer. Por sorprendente que parezca, a tres siglos de existencia de la literatura infantil, la bibliografía europea o estadounidense sobre América Latina, Asia, Africa y Oceanía sigue apoyándose básicamente en cuentos tradicionales, mitos y leyendas (el síndrome de Las mil y una noches).

Este “patrimonio del pasado”, en compilaciones o en álbumes ilustrados, junto con documentales y obras de ficción redactadas por gente del país editor a partir de un conocimiento superficial de aquellas exóticas realidades, constituye el grueso de las lecturas que sobre los países periféricos tiene el joven lector occidental.

Desde un país multicultural paradigmático como Canadá, Claudia Mitchell analiza el efecto que esta restricción en la oferta editorial puede traer:

 

Cuando la representación de los personajes es esquemática, si la obra se dirige a un público de similares características, se produce una identificación fácil. Pero ¿cuando el representado de manera esquemática es un extraño? Las consecuencias son serias. No habrá un reconocimiento, pero de todas formas no es eso lo que se procura; habrá en cambio una caricaturización que no puede hacer otra cosa que alimentar prejuicios (sean estos de signo positivo o negativo: el árabe hospitalario/el árabe traicionero, el negro festivo/el negro inepto, etc.). Y a esto hay que añadir que un individuo no se reduce a su lengua o al color de su piel 3

 

En efecto, la representación del extranjero en estos libros tipificantes obvia los trazos individuales en aras de una representatividad colectiva. Los personajes de Lambada pour l’enfer, de Hector Hugo o de Les orfelins d’Amérique Latine4, del muy bien intencionado Michel Piquemal, no serán UN niño colombiano o UNA chica brasileña, sino EL niño colombiano y LA chica brasileña, y fatalmente el primero tendrá que enfrentarse al problema del narcotráfico y la guerrilla, mientras la segunda tendrá algo que ver con la destrucción de la selva amazónica o los niños de la calle. Como si en el Tercer Mundo no hubiese más que una clase social o como si los chicos –ricos, de clase media o pobres- no se preocupasen por el acné, no se enamorasen, no tuviesen problemas escolares y celos de sus hermanos como en cualquier otra parte.

Los jóvenes lectores que no tengan más acceso a la realidad del otro que estos enfoques externos, supuestamente objetivos, tendrán un mal conocimiento de esa parte del mundo que creerán, paradójicamente, conocer bien, puesto que se les ofrecen datos precisos y una factura literaria que rezuma autoridad. El esquematismo de los textos encajará fácilmente con los estereotipos que proporciona la cultura de masas (en mayor medida plagados de ideas peyorativa), con lo que se crea un eficaz caldo de cultivo para la xenofobia y el racismo que, sin embargo, probablemente es lo menos que desearían los autores de aquellas obras fallidas.

Los libros de autores iberoamericanos compiten hoy, y en nuestro propio territorio, con ediciones y productos audiovisuales (incluidos, por supuesto los informáticos e interactivos) que han sido concebidos y fabricados en el norte industrializado. La competencia es desigual y solo conseguiremos evitar la marginación si los jóvenes iberoamericanos encuentran pasarelas entre nuestro modo de hacer ‑que les refleja y toma en cuenta‑ y el de los países que les fascinan con la calidad material y comunicativa de sus productos.

Pero no se trata solo de consideraciones prácticas y de interés inmediato. La cuestión va mucho más lejos.

En el mismo congreso internacional en que presenté por primera vez estas preocupaciones, y sin que para nada nos hubiésemos puesto de acuerdo, Ana Maria Machado declararía:

 

los ideales del IBBY corresponden exactamente a lo que hace falta: la promoción del entendimiento de los pueblos por medio de los libros para niños, de muchos libros distintos, traducciones incluidas. Pero esto debe funcionar en ambos sentidos. Si una niña de Argentina ‑o de Brasil, o del Congo o de cualquier lugar del ABC del mundo‑ lee un libro de Suecia y resulta que es un libro tan bueno como Pippa Mediaslargas, comprenderá algo más de sí misma y de Suecia, a pesar de que la autora haya hecho algunas referencias desafortunadas con respecto a su país. Sin embargo, si una niña sueca nunca tiene la oportunidad de leer un libro de Argentina ‑o de Brasil, o del Congo, etcétera‑, pierde la oportunidad de comprender algo más y los prejuicios que ella ya encuentra en su sociedad ‑y que aparecen en el libro de Astrid Lindgren‑ se verán potenciados por su ignorancia de otras culturas.5

 

Lo más grave es que, por razones de rentabilidad o de dependencia ideológica, la producción editorial en los países emergentes se inspira o subordina a la de los grandes centros culturales y comerciales. La mayoría de los países del Tercer Mundo no puede darse el lujo de ofrecer a sus jóvenes su propia representación de su geografía, sociedad y cultura... fuera de las páginas de los manuales escolares, a menudo de pobre factura y también, a veces, de gestación foránea.

A propósito, Paul Gouin advierte:

 

No se puede impunemente hacer pasar a un niño de las páginas frías de un manual que habla científicamente de su país a las páginas vivas y coloridas de un libro literario que canta únicamente la gloria y las bellezas de otro país: la inteligencia y la razón del chico se aferrarán miserablemente al suelo de la patria, pero su corazón no podrá echar raíces en él. Desde el punto de vista nacional será, inconscientemente sin duda, un emigrado por el pensamiento.6

 

Los que dirigen la cultura-entretenimiento (mal llamada “de masas”) producida y exportada por los países hegemónicos saben muy bien lo que denuncia Paul Gouin, ¡y tratan de aprovecharlo al máximo! El éxito internacional del cine hollywoodense, de los seriales de televisión estadounidenses, de la moda y música pop norteamericana y euroccidental, y, por supuesto de libros como los Harry Potter y secuela, demuestra el triunfo de esa esquizofrenia del corazón y el cerebro que padecen los jóvenes -y los adultos- de una gran parte del mundo que, sin embargo, participa de un enérgico rechazo de la prepotencia política, militar y económica de los centros de poder que bañan las frías aguas del Atlántico del Norte.

La pertenencia a una determinada colectividad ‑nacional o regional‑ es algo que no maneja de manera consciente y en términos abstractos el individuo medio, y mucho menos el niño. Es la confrontación con el otro, con el diferente, lo que provoca la pregunta y modula las respuestas a esta cuestión. Cualquier niño o adolescente europeo, norteamericano o japonés tiene ocasiones diversas (sobre todo en las grandes ciudades) de cruzarse con extranjeros, ya sean turistas o emigrantes. Pero, salvo excepciones, se trata de un roce superficial, cargado de malentendidos y prejuicios de toda clase.

El acceso a una literatura infantil extranjera puede preparar al individuo para este tipo de encuentro... que se hará cada vez más frecuente en el futuro. Pero solo la buena literatura, con su subjetividad y atención a los detalles, puede penetrar los intersticios e impurezas de la realidad; de esa otra realidad que es la realidad del otro. Al leer literatura extranjera de calidad, el lector accede en forma directa, amena y compleja a otros seres, otros espacios y otro discurso, no solo comprende al otro, sino que reflexiona mejor sobre sí mismo.

 

Demasiado diferente...

Si cualquier editorial occidental se asegura la presencia en sus catálogos de varios de los grandes nombres de la literatura iberoamericana para adultos: de un Alejo Carpentier a una Laura Esquivel, nada semejante ocurre en el caso de la literatura infanto‑juvenil.

Mi experiencia me ha enseñado que al proponer a un editor europeo un manuscrito o de un ejemplar de edición nativa, la respuesta que más frecuentemente obtiene el autor iberoamericano o su representante es: «Demasiado didáctico...»

En realidad, lo que está ocurriendo es que los autores iberoamericanos contemporáneos ‑que en muchos casos han contribuido a modificar la literatura infantil de su continente‑ reciben de vuelta la imagen de nuestra literatura (transformada ya en un nuevo estereotipo) que consolidan, precisamente, aquellos que insisten en reducirnos al folclore y a la esquemática visión documental.

Porque, aunque casos hay, lo cierto es que la moderna literatura infantil iberoamericana no concede más importancia a la función educativa que su similar europea. El problema es que aquí no se sostienen los mismos valores que allá y cuando los puntos de vista iberoamericanos afloran en el texto les resultan a los europeos más visibles y menos subordinados a la trama, por lo que los tildan de didactismo.

Por otra parte, los iberoamericanos tenemos otra manera de escribir, más atenta a las connotaciones y a lo festivo de la lengua. Y esto explica el otro argumento de rechazo:

 «Demasiado diferente...»

¡Pues claro que es diferente! Pero ¿no se trataba de eso precisamente?

Resulta que lo que encanta a los europeos adultos, verse transportados a otro mundo gracias al simple hecho de abrir un libro, puede desconcertar a los europeos chicos (por no hablar de América del Norte, donde la proporción de traducciones y autores de otros países es infinitamente inferior a la que se encuentra en Europa Occidental).

Siempre me ha sorprendido que cuando se habla de la tal diferencia no se hable más que de contenidos. Es curioso porque está demostrado que en poco de realmente esencial difieren los pueblos y las obras literarias. El problema de la diferencia no me parece un problema de fondo, sino de superficie; no de temas sino de formas, no de principios sino de rituales. Como entre los individuos, que en definitiva somos todos biológica y psicológicamente semejantes y lo que nos diferencia son las apariencias: las apariencias físicas y culturales.

Tradicionalmente hemos desvalorizado el aspecto exterior; esa superficie que, sin embargo, es tan rica y compleja, tan sutil, viva y elaborada, tan reveladora y diferenciadora. Nadie se enamora del capital genético, de la corriente linfática o de la osamenta de otra persona sino de su rostro, de su voz, de sus gestos, de la envoltura que constituyen sus músculos, su piel y su carácter. La cultura, los pueblos, la historia, nuestro planeta mismo, están formados por capas sucesivas, interrelacionadas e interactivas. ¿Qué es la superficie sino un resumen externo del fondo, una capa que el tiempo se encargará de transformar en substrato de una nueva epidermis?

El mercado internacional del libro infantil marcha a contracorriente del interés por la diversidad cultural y la profundización en las raíces que caracterizan a la literatura infantil contemporánea. Nunca como en este momento y desde este punto de vista se hace más importante la distinción entre literatura infantil y libros para niños; si en una predominan la pluralidad de individualidades y la innovación, en el otro se impone la uniformización y repetición de los modelos.

Los editores que recogen el patrimonio literario de culturas periféricas, que emprenden ediciones bilingües, que se interesan en lo marginal y lo desconocido, conforman una vanguardia que hará historia. Mientras, los productores de ¿Dónde está Wally?, los relatos de horror para adolescentes de R.L. Stine, los álbumes para dibujar los personajes de Harry Potter y los libritos de la última película de Disney no hacen más que dinero.  

La uniformizante mundialización del libro infantil afecta sobre todo a los países con menos desarrollo económico y editorial, cuya posición es básicamente la de consumidor o redistribuidor pasivo, pues no pueden proponer alternativas a una producción de precios e imagen de marca altamente competitivos.

Epoca de exclusiones como es la nuestra, sus víctimas no son solo las grandes mayorías de las zonas pobres del planeta sino, cada vez más, los bolsones de pobreza que van instalándose en el corazón de los países ricos: precisamente allí donde se produce, de manera intensa y a menudo traumática, el choque entre culturas dominantes y culturas dominadas.

Se acabó la época en que el choque cultural se reducía a los marmóreos recintos de los museos, a las páginas de las revistas geográficas y a la experiencia de unos pocos viajeros. Hoy la confrontación con el otro se produce en cualquier calle de las grandes metrópolis y los protagonistas son gente que por lo general no está suficientemente formada para manejar el problema.

En eso, que ya ha sido definido como el conflicto del siglo, la literatura ‑y en primer lugar la infantil‑ tiene un excepcional rol de mediador que cumplir.

 

 

*Joel Franz ROSELL (Cruces, Cuba, 1954). Escritor, ilustrador y crítico de literatura infantil. Ha vivido en Santa Clara, Santiago de Cuba, La Habana, Río de Janeiro, Copenhague, Buenos Aires y París. Ha sido periodista, profesor y promotor de la lectura y el libro.

Sus libros han sido publicados en Argentina, Brasil, Cuba, España, Francia y México, y traducidos al gallego, el francés, el portugués y el vasco. Entre sus títulos se destacan: Los cuentos del mago y el mago del cuento; Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes; Vuela, Ertico, vuela; La tremenda bruja de La Habana Vieja; Mi tesoro te espera en Cuba; El pájaro libro; Pájaros en la cabeza y La leyenda de Taita Osongo. Ha publicado un centenar de artículos y ensayos en publicaciones de tres continentes, algunos de los cuales reunió en La literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas.

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notas

1. Janusz Korczak : El rey Matías I. Madrid. Espasa-Calpe, 1985 . Vol. II ; p. 88

2.  Op.Cit. pp. 56-57

3. Claudia Mitchell: "Multiculturalisme dans la littérature canadienne pour la jeunesse". Littérature de jeunesse au croisement des cultures. Créteil. CRDP, 1993 ; p. 146

4. Héctor HUGO : Lambada pour l’enfer. Paris. Syros, 1996  Michel PIQUEMAL : Les orfelins d’Amérique Latine. Paris. Syros, 1998.

5. Ana María Machado: "Ideología y libros infantiles". Conferencia plenaria del 24° Congreso Mundial de Literatura Infantil de la IBBY (Sevilla, septiembre de 1994). Publicada en las memorias del congreso, he tomado la cita del libro de ensayos de la autora: Buenas palabras, malas palabras. Buenos Aires. Sudamericana, 1998; p. 59.

6. Paul Gouin: "La littérature enfantine, école de patriotisme", citado por Sandra Beckett en: "La littérature de jeunesse au Canada francophone. De la colonisation à la conquète du monde". Op Cit, p. 124.

 

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