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 En el Tintero / Archivo

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Una donna più bella assai che’l sole.
Petrarca.

 

En el centro de la Plaza de la Catedral, al compás de un gramófono de cuerda, baila Kundry. Vestida con un leotard negro, un tutú rosado y zapatillas de raso, bajo el sol implacable del mediodía, baila sin detenerse. El Carpintero hace restallar el látigo y grita.

— ¡Vengan, señores! ¡Vengan a ver a la mujer amaestrada!

Al son de una guaracha la joven levanta la grupa, balancea el vientre, avanza dobladas las rodillas, sacude los hombros, parece que flota. Marca el paso, se detiene de golpe y hace temblar sus nalgas. El público delira. La muchacha sujeta a los barrotes de la jaula inicia un vaivén enloquecedor, el viejo hace sonar de nuevo el látigo y el movimiento cesa, Kundry sacude su cabellera empapada en sudor y las gotas caen sobre sus admiradores que luchan entre sí para ser agraciados por el bautizo de la diosa.

— ¡Vengan, señores! Un espectáculo sin igual, incomparable.

La muchacha se despoja del tutú, el Carpintero solicita silencio, asume la posición de un director de coros, mueve las manos sin ton ni son, los ojos cerrados, la mímica despierta alguna que otra risa pero la voz angelical de Kundry los cautiva, canta Parsifal, los tres episodios del segundo acto, cuando las niñas flores la rodean en el jardín encantado ella advierte mi presencia entre la multitud que la escucha. No puedo apartar mis ojos de ella,

inolvidable, recuerdo su cuerpo a la luz de la luna, la azotea, la calle los espectros, la mujer pájaro que me envuelve con sus alas, es su rostro, su cuerpo, el ave que se posa en mi balcón, y la noche se despeja, se aclara, la mujer pájaro me abraza, muerdo sus senos duros, saboreo los pezones que saben a ciruela, lamo su vientre, el pico busca mis costillas, el ombligo, el falo, todo fue como un sueño, el éxtasis jamás sentido y la sorpresa, regresé a su

vientre, busqué desesperado el pubis y encontré una alabarda, un pene enhiesto y desafiante en el lugar donde debería estar su clítoris, la mujer me inmovilizó con sus alas y atacó sin tregua, nada pude hacer para defenderme.

Es ella misma, la sin par rubia de la azotea, canta como los ángeles, su mirada, ahora fija en mi, expresa súplica, dolor, solicita ayuda, demanda ayuda.

El público cada vez más numeroso aplaude frenético.

Airado interrumpo al viejo y le exijo que libere a la joven, el hombre ríe burlón, lo agarro por las solapas del traje de domador de circo que usa, lo empujo contra las rejas del carromato, con ambas manos aprieto su cuello, un grupo de espectadores interviene, Kundry me incita, logran apartarme del individuo, tose, se lleva las manos al cuello, luego se arregla los galones del uniforme, sonríe mordaz y extrae del interior del saco un montón de legajos que dan fe de su derecho.

—Estoy debidamente autorizado, compañero, yo pago impuestos y cumplo con todos los reglamentos establecidos.

El público comienza a injuriarme, se alzan voces amenazantes, Kundry me hace un gesto de desespero, comienzan a abuchearme, acobardado me alejo del lugar.

Día tras día continúa el espectáculo, han cerrado los accesos con barras de madera pintadas de amarillo y negro, en unas casetas de lona venden las entradas, han colocado carteles y afiches por toda la ciudad para anunciar el espectáculo. Los vendedores de souvenirs y chucherías, logreros, carteristas, jamoneros, azotacalles, rameras, pícaros de toda laya, chulos, traficantes y bandidos de todas las denominaciones, encuentran su Potosí en la Plaza y sus alrededores. Desde una pantalla gigante colocada en la fachada del Museo Colonial proyectan un video clip de Kundry, envuelta en una red de pescar, con langostas, cangrejos, abanicos de mar y estrellas adheridas a la malla, canta un aire de moda, como telón de fondo el mar, la arena, los cocoteros, un grupo de baile danza en la playa, mulatas sensuales y bellas llenas de sol y ligeras de ropa. Una ola de turistas corre del muelle de los cruceros a la Plaza con su nombre en los labios, bermejos y sofocados por el calor, ansiosos por ver al “Ángel de la voz de oro” pagan a buen precio un sitio para ver de cerca a Kundry.

Turistas: 2 USD

Nacionales: 10 pesos M/N

Menores: 2 pesos M/N

Reza un cartel en las entradas, la aglomeración es enorme desde horas tempranas de la mañana, los revendedores y coleros hacen zafra junto a las casetas de venta de tiques.

Nadie sabe donde se oculta el viejo después de concluida la función, todos mis intentos para averiguarlo son infructuosos. Por la noche, al regresar a la casa, fraguo plan tras plan para liberar a la muchacha, pero a la luz del día me parecen irrealizables, emprender cualquier cosa en medio de la multitud es una locura. Siempre que intento acercarme al carromato y establecer comunicación con Kundry el viejo hace restallar el látigo sobre mi cabeza.

Consulté los más afamados textos militares, estudié a los más prestigiosos estrategas del golpe de mano y la sorpresa, recurrí a la magia negra, a la Santería, a Regla de Palo Monte, a la aeromancia, geomancia, piromancia, nigromancia, cristalomancia, onfalomancia, aurispicina, hedomancia, chiromancia, antropomancia y lampadomancia, leí los manuales secretos de Merlín, Morgana, Armida, Marfissa, Taltibia, Cloe, Medea, La Carmenate, Simeta, Simón el Mago, Cagliostro, Erichto, Canidia y Sagana, sin encontrar la solución para liberar a la muchacha.

Entonces opté por la única solución posible dadas las circunstancias, la vía armada. Me hice de una vieja armadura, una espada herencia de familia (arma que mi tatarabuelo arrebatara a François de Lalonois durante el sitio de  Cartagena) y convertí un hasta de bandera en lanza de combate, repasé la Teoría del golpe de Estado de Malaparte y me dispuse a ser un verdadero héroe.

El caballo, un triste animal que alquilé a un carretonero, se abre paso con dificultad entre la multitud, pico espuelas y lanza en ristre acometo, el viejo nada puede hacer, alza el látigo en un inútil gesto defensivo y cae atravesado por la lanza, de un golpe de espada salta el candado.

Todo es tan rápido que apenas puedo reaccionar, la multitud que en un primer momento retrocede presa del pánico, regresa en un movimiento convulso, ola que me derriba, el caballo cae sobre mí, la muchedumbre, Kundry y las motos, el rugido de las motos y las fantasmales chinitas surgidas de no sé dónde. Ridículo, indefenso, inmovilizado por el peso de la armadura, el animal, los pies y los puños del hombre-masa que acomete sin misericordia, marea enceguecida por la ira y el miedo.

—Es un demonio.

—Es un alien.

—Es un aparecido.

Los más valientes lo sujetaron a una vara, una fina llovizna comenzó a caer. Se leyeron oraciones del Ànima Sola, del Justo Juez, San Ciprián, las Siete Potencias, el Gran Poder de Dios, la Santa Camisa, la del Señor del Santo Sudario, las Nueve Ánimas de Lima, la Santa Cruzada, San Silvestre, San Judas Tadeo, San Enogardo, Espíritu Vencedor, Santa Bárbara. Le pusieron escapularios, agnusdéi, detentes, le aplicaron una lavativa de agua bendita, le azotaron con ramas de álamo, le dieron a comer excrementos. La luna alumbraba los pedazos de metal, la cabeza del caballo, un brazo, una lanza dándole un aspecto terrorífico.

— ¿Por qué lo trajeron al solar?

Se preguntaban algunos, mientras otros le ponían velas, lo rociaban con perfumes, lo sahumaban.

— ¿No será Papá Montero?

Improvisaban una rumba, corrían de mano en mano los pomos plásticos con azuquín, calambuco, hueso e’tigre, chispa e’ tren y otros licores aun más bastardos.

Vamo a cantarle a Papá Montero,

zumba canalla rumbero.

Que ese muerto no llega al cielo

zumba canalla rumbero...

Con los primeros rayos del sol aquello se hizo menos temible pero no menos extraño, ahora había que sumar al original, la esperma de las velas, los escapularios, las yerbas, las flores, las ramas y los sahumerios nocturnos.

A los pocos días la gente perdió el interés, dejó de ser un suceso, al no ser querido, temido, ni odiado por nadie.

Fue de rincón en rincón, fue asiento de reuniones, rumbas, cumpleaños y saraos de todo tipo, con los restos de metal se repararon techos, la cabeza del caballo sirvió de adorno en uno de los cuartos, la espada la vendieron a un coleccionista, la madera la utilizaron para arreglar muebles y ventanas.

La lluvia lavó el cuerpo desnudo. Gastado por el sol y la intemperie lo encontró Alma Mustakis “La gitana”, cara de niño, los ojos negros abiertos al sol, ya no fue más el ex militar, el solitario caminante, el cuidador de baños, Otar fue desde ese momento el desleído amante de la gitana que lo ocultó en su cobertizo, entre sacos de yute, santos de madera, botellas y muebles rotos. En cuanto el marido partía para el trabajo, Alma corría a su escondite y se empeñaba en volver a Otar a la realidad con brebajes hechos a partir de pimienta, mar pacífico, canela, carey, tabaco y ciertos polvos mágicos heredados de sus antepasados.

Lo hace tomar sus bebedizos, le cubre el cuerpo con untos mágicos, le frota el miembro con una pasta confeccionada con sudores y líquidos vaginales mezclados con ají gauaguau. Buena hembra, diestra en todas las artes del amor y la hechicería, lo cabalga cada tarde una y otra vez, hasta lograr un día que su brazo la enlace, que sus manos le aprieten la cadera, que sus dientes le marquen la piel. Logró hacerlo caminar, logró que la mirara con aquellos ojos tan lejanos. Agujereó la pared del cobertizo que lo separaba de su cuarto para que la viera derrotar a su marido.

El baño preparado como un ritual por Alma para su hombre, agua caliente en la bañera de latón, mazos de hierba buena, abrecaminos, vencebatallas, rojos dientes de la granada, cascarilla y polvo de carapacho de carey.

Alma restregaba el cuerpo del marido con una tusa de maíz enjabonada, el cuello de toro, el pecho velludo, el vientre, la espalda, los muslos, la mirada de milano en los senos duros, en las caderas, en el vellón negrísimo del pubis, las manos de Alma sobre el vientre, se deslizan a los testículos, soba rítmicamente el miembro entumecido, adelante, atrás, el falo de garañón, de toro de lidia, el hombre encendido por el deseo de pie frente a la gitana que se pone de rodillas, el miembro degustado con artificio, con laboriosidad, con glotonería, la esperma caliente sobre los senos, el vientre, los muslos. La gitana mira a la pared que la separa del cobertizo, lo sabe ahí, contemplándola cabalgar, mirándola poseer al hombre rendido, boca abajo, la lengua buscona en el círculo negro, rodeándolo, hundiéndose en él, la tusa sujeta con ambas manos se introduce de un golpe y provoca un estertor en el cuerpo de ébano que se retuerce y serpentea en el suelo, ella a caballo sobre la espalda sostiene la tusa con una mano mientras con la otra se frota el clítoris, lo sabe ahí, tras la pared, tras el agujero taladrado en la madera, contemplándola, viéndola espléndida jinete, dueña y señora del cuerpo que gime y suplica, el cuerpo sudoroso del marido...

A través de su mirador Otar veía a la gitana, deshacedora y hacedora de entuertos, consultar a decenas de personas que acudían a verla en busca de ayuda. Las sesiones comenzaban siempre con el exorcismo del fuego, la voz de Alma sonaba distinta, con ecos de órgano, con ventosidades de abismo, Yo te exorcizo criatura fuego, por el que ha hecho y amado todas las cosas, a fin de que los fantasmas que puedan dañarme se alejen de mí. Luego vertía perfume sobre una cazuela puesta al fuego y comenzaba a atender a sus muchos clientes, remedios contra el dolor de muelas, oraciones para castigar a los insolentes, protecciones contra enfermedades y malos ojos, filtros de amor, detentes contra los malos espíritus, amarres, desamarres etc. Et incute drock, Mirroch, Esenaroth, Betu, Baroc, Maaroth, castiguen al insolente que me hizo mal, Eson, Elion, Esmaris así terminaba la consulta.

Para hacerse amar de Otar, aplicó esta formula infalible, un trébol de cuatro hojas lo colocó sobre una piedra bendita, recitó las oraciones de la misa, la hoja la puso dentro de un ramillete que dio a oler a Otar y dijo, Gabriel illa sunt, trébol de cuatro hojas, planta divina y misteriosa que representas, la dicha, la felicidad, la gracia y el amor, si la suprema divinidad, la incomparable Ada Nari o la Isis Inda te dotó de tales y tan raras virtudes yo espero y pido ser amada por Otar Fagot.

Conocía oraciones contra la fragilidad humana, contra la infidelidad, para la infidelidad, para la virtud, contra la virtud, para no ser herido por las armas, para obtener honores y riquezas, para deshacer toda clase de hechizos y encantamientos, para ganar en el juego, para protegerse de rayos, huracanes, enfermedades y muchas otras que administraba sin restricciones a todo aquel que acudía en busca de ayuda.

Alma y Otar hacen el amor encima de los sacos de yute, cubiertos por los sacos de yute, frente al espejo de una antigua coqueta, dentro del espejo en locas fantasías de imágenes inversas. Hacen el amor en el suelo, recostados a las paredes, en los pasillos, en la azotea a la luz de la luna, en plena calle, en el cuarto de Alma sobre la cama aún tibia del amor de la noche, en la bañera de latón.

Una tarde, desnudos y saciados, luego de los ritos de rigor, bebieron el Kundogolaca, bebida de sangre menstrual mezclada con semen, que debía sellar un pacto de amor eterno. Él la miró como nunca y gritó.

— ¡Kundry!

Porque era a ella, a Kundry, a quien él veía. El recipiente de la libación, que no debía caer, cayó al suelo y se hizo pedazos, fue el descenso, por suerte era jueves y no estaban en todo su poder las fuerzas infernales, los ancestros de la gitana, fueron reverenciados con toda veneración y luego de las promesas debidas la gitana pudo regresar, un cuarto del alma de Otar quedó en la Región de los Misterios, un cuarto de alma perdido en la escaramuza de la Plaza y otro cuarto perdido en la Región de los Misterios, dejaba a Otar un solo lado, una sola posibilidad.

Al regreso del Catabasis pudo ver a la gitana hermosa en su ira, terrible en su despecho, la vio marcharse para siempre del lecho de sacos de yute que habían compartido, pudo ver y vio los trozos del recipiente, los santos de madera caídos y descabezados, pudo ver la claraboya que le comunicaba con todos los techos de la cuartería, pudo ver y vio esa noche y las que le siguieron, el combate, la danza furiosa de la gitana sobre el cuerpo del marido.

Hambriento de Kundry, hambriento de recordarse enlazado al sexo de Alma, la espiaba o saltaba por la claraboya para escudriñar en los cuartos vecinos. Noches frías en los aleros, reptar de serpiente, poco a poco amplió su radio de acción, su coto de caza al barrio, al resto de la ciudad, se le vio reptar por las paredes de los hoteles, pegado como una babosa a los cristales de los edificios más altos, lo vieron en el barrio La Dionisia perforar la ventana de la mulata más linda de La Habana, al mismo tiempo fue visto en Santa María del Mar y en Santiago de las Vegas, en el Cerro y en Alamar, en el cine Alameda y en el Trianón, en el Cementerio de Colón y en el Parque de La Fraternidad, en el edificio Bacardí y en la ventana de Cacha, la mujer que más putas controla en la ciudad...

Metamorfoseó en el Mítico Mirón, la serpiente, el tigre, conoció y coleccionó todas las posibles variantes de unión de los sexos que aplicaría en su encuentro con la bella Kundry, el día que la encontrara, felino en los aleros, cazador en noches sin luna, pudo ver hacer el amor como:

—Las Tortugas.

—Los ciempiés.

—Los conejos.

—Los perros.

—Los mapaches.

—Los macaos.

—Las arañas.

—Los murciélagos.

—Las libélulas.

—Las serpientes.

—Los cangrejos.

—Los gorriones.

—Las langostas.

—Los gatos.

—Los escarabajos.

—Los mandriles.

—Las avispas.

Conoció de amores:

—Tímidos.

—Feroces.

—Tibios.

—Ardientes.

—Desalmados.

—Fugaces.

—Crueles.

—Solitarios.

—Lentos.

—Apasionados.

—Explosivos.

—Desafectos.

—Disidentes.

—Contestatarios.

—En dúos.

—En tríos.

—Cuartetos.

—Sextetos.

—Septetos.

—Masivos.

—Destructivos.

—Nauseabundos.

—Lacerantes.

—Dulces.

—Repugnantes.

—Socializados.

—Globalizados.

—Protegidos.

—Absurdos.

Aprendió las 25 variantes clásicas (enriquecidas y actualizadas) de los antiguos textos eróticos de la India:

—El tornillo.

—La rana.

—Con los dedos de los pies.

—Piernas al aire.

—El chivo.

—El martillo neumático.

—Salto mortal de frente.

—Salto mortal de espalda.

—Triple salto.

—Cola de tigre.

—La rosca.

—El muelle.

—Penetración combinada.

—Penetración alternativa.

—Desde atrás con doble giro.

—El yelmo.

—La sortija.

—El caballo salta la barrera.

—La lija.

—El péndulo.

—El látigo de seis colas.

—La marimba.

—24 por segundo.

—Pasaje a lo desconocido.

—La manta.

Se mandó a hacer un dildo de cuero para ser poseído por Kundry. Todo ese tesoro lo guardaba para su amor que aparecería un día, estaba seguro, como aquella noche inolvidable, a la luz de la luna, mujer-ave, una y varias mujeres a vez, una y todas la mujeres del mundo en su piel plateada por el astro nocturno.

Estaba seguro de que aparecería y apareció, el largo cabello color oro viejo, rugido de motores, olor a gasolina, pasó como una exhalación, pero él logró separar, purificar de otros olores, archivar en su olfato de animal furtivo, el perfume de la canela, el sándalo del rostro, el cedro de los muslos, el pino de los senos, la caoba del vientre, el palorrosa de las nalgas, la mariposa del pubis.

Ya podía rastrear por la ciudad sus escondrijos.

Así llegó una hora después de partir Kundry del Alí Bar, cuarenta y cinco minutos después de que se marchara del Colmao, media hora después de haberse ido del Hotel Nacional, quince minutos después de que se marchara del casa de Mery “Vente pesos”, cinco minutos después de que se montara en un sedán rojo frente al Hotel Sevilla, unos segundos después de que saliera de la Discoteca del Capitán Araña, pudo ver el humo de la Honda al marcharse de casa de uno de sus amantes en San Miguel. Descubrió que algunas tardes se refugiaba en el Bosque de La Habana y Otar se convirtió en el vigía, el guardiero del río Almendares que atraviesa y divide en dos la floresta. Recorrió sus márgenes, se adentró en los senderos del bosque, descubrió sus secretos, supo de sus hermosuras y miserias. Cazador de amores furtivos, coleccionaba sus descubrimientos con la misma pasión con que antes coleccionó las distintas formas de uniones de los sexos. Armado de su olfato, levantaba las huellas, buscaba bien abajo de la capa vegetal, los olores antiguos, las huellas del retozo, la más leve marca dejada en los árboles, en la tierra, en las piedras.

Así supo de amores tan antiguos como los de Bartolomé “El portugués” y la señorita Adriana María de la Concepción, raptada por el pirata en noche de arcabuces, campanas enloquecidas e incendios, amores tremendos como los de la gorda Bettina que dejaron una profunda huella, muchas veces confundida con el impacto de un meteorito, amores como los de Helena y la jazz band de Harlem, en el año 43, que provocó la desintegración del grupo al desaparecer la mulata con los instrumentos, instrumentos que utilizaría más tarde su amante Juan Cerré para formar el conjunto “Estrellas de Belén”, amores como los de Tania Castillo y los marineros rusos de la Flota del Báltico que impregnó los árboles del bosque con el penetrante aroma del Moscú Rojo, amores como los de Sahily y sus amantes españoles, Marelis y Lisbet, cazadoras de nuevos ricos, gerentes, marrulleros de toda laya, remeceros, etc., etc., etc.

Las tres Hondas detienen sus motores a un costado de la Manzana de Gómez, un mar de antorchas, consignas y banderas convergen en el Parque Central. En la Tribuna, el Poeta, vitoreado hasta el delirio, le canta al Rey de las flores. Kundry y sus amigas atraviesan la masa compacta y se sientan en las escaleras del Cabaret Nacional. Tres fantasmales marineros vuelan sobre la masa, planean, e intentan posarse sobre la estatua de mármol del Maestro, tres fantasmales marineros borrachos que tratan desmaterializarse en la noche llena de estrellas de La Habana, tres marineros y una puta de rojo. Kundry escribe con su creyón de labios en la pared.

Kundry, la de los 37 movimientos,

por 20 fulas te pongo a volar.

La puta de rojo pregona.

Cinco pesos, papi,

una mamada americana.

Los tres fantasmas y la puta de rojo invocados por Kundry la siguen al Hotel Inglaterra. Los tres marineros en calzoncillos abandonan en el suelo sus highball y se acercan a la cama donde Kundry maniobra con la puta de rojo, la puta tiene el pubis canoso, casi blanco. Yuen y Wong lamen las vergas de los marineros.

La luz de las antorchas tiñe de rojo las ventanas, el Poeta, de nuevo en la tribuna, la voz logra filtrarse entre los cristales de las ventanas.

Yo no sé lo que es el destino

caminando fui lo que fui.

Kundry se pone un dildo de látex y penetra a uno de los marineros que chilla de placer sujeto a los barrotes de la cama. Kundry trae puesta la máscara de la vieja Baubo, tótem de la vulva.

Me arrancarán los ojos y el badajo.

Kundry baila desnuda rodeada por cientos de pétalos de la flor del loto, los pétalos se pegan a la piel humedecida por el sudor, las nalgas se estremecen al compás del tamboril tocado por Yuen, nalgas absolutas cubiertas por los pétalos blancos.

La puta de rojo cuenta los billetes. El fuego de las antorchas hace estallar los cristales, que se hacen polvo, se disuelven sin un quejido en la voz del Juglar. La ciudad entra por las ventanas rotas y los fantasmas huyen, tres marineros que intentan subir a la estatua pero el tiempo es otro tiempo y se desmaterializan, son espectros de débil ectoplasma que no logran sujetarse al mármol y caen al suelo y son pisoteados por la multitud que no los ve, no puede verlos de ninguna forma porque es otro su tiempo y los fantasmas desaparecen tragados por la noche, exorcizados por el fuego, desvirilizados por la flor de la diosa.

Kundry y las chinitas, a horcajadas sobre sus máquinas, se despiden de la puta de rojo que se queda materializada en una esquina del Payret, en un rincón del tiempo donde no muere, un pliegue del espacio tiempo donde pervive y anuncia.

Una mamada americana.

Lluvia de oro.

Vuelta al mundo.

Con su vestido ceñido, los zapatos de tacón alto, el maquillaje escandaloso, hermosa y procaz queda en una esquina del Payret, donde mueren de azul Los Zafiros.

Los demonios, camuflados entre las piedras del Gran Teatro, observan y sonríen.

Imposible dormir, su rostro, su figura, su olor rastreado en cada alero, en cada balcón, en cada ventana, realidad y sueño, deseo y temo encontrarla. Su olor, ese olor, Innina, delicada, blanca, flexible, la curva exacta de su espalda, piel de ángel en mis dedos garfios de subir los muros, el tigre, la babosa que se alimenta de imágenes, del hálito de los cuerpos consumidos por la lujuria.

Ese talle tuyo se asemeja a una palmera.

Me dije, subiré a la palmera, cogeré sus racimos.

Iré a buscarte, solo vivo para eso, me esperas aunque lo ignores, en esta ciudad hembra que se niega a ser poseída a la fuerza, esta ciudad lamida por la luz, “Se niega a dejarse poner la marca, el inevitable pasaporte del éxito”, se niega, padece sus propios demonios y se niega.

Y hacía que a todos se les pusiese una marca....

y que ninguno pudiese comprar o vender sino los

que tuviesen la marca.

Ella no lo admite, no quiere ser como las demás. Pobre de mi animal de sus noches, cazador, me injuria en la voz de sus habitantes,  “Abrecaminosespantamuertos”.

Ventana, luz en el cuarto del librero, el joven grueso le hace el amor a la pianista, gorra bolchevique, cuadro de Mao en una pared, rostro avinagrado de Stalin en la otra.

Hacen el amor sobre la cama desnuda de sábanas, hace el amor sin quitarse la gorra de la estrella roja, hacen el amor como si estuvieran en una carga de los Cosacos del Don, hacen el amor como si emprendieran el Gran Salto, hacen el amor planificado, colectivizado, a lo Koljosiano, a lo Stajanovista,  sobrecumpliendo las metas, sin reparar en los gastos. El discurso de él, entrecortado por los jadeos, trataba de explicar a la pianista, el famoso libro del camarada Stalin, “Acerca de la necesidad objetiva de la colectivización del sexo como forma superior de planificación sexual en las nuevas condiciones de la construcción del Stalinismo”, cuando pasaron a la praxis, “Qué rico, mami, cosa rica, mójamela, anda”. Tropicalizado, desorganizado, “¡Coño qué es esto! ¡Aaaaaaah!”, y los hombres de Chapaev cruzan las líneas enemigas, “¡Aaaaaaaaah! ¡Guerra a los Kulacs acaparadores de sexo! ¡Ay mami qué es esto!”, y la pianista mira orgullosa a su héroe, desmadejado, sudado, sobre ella, olvidado de tanta monserga, mientras Mao atrapa al último gorrión que picotea el pan del desayuno que quedó sobre la mesa.

Trepar, subir, reptar de piso en piso, de balcón a balcón, de ventana a ventana, mimetizar en el concreto para obtener el premio, tras los vidrios, a través de una persiana, dueño y señor de la noche, del camuflaje, del misterio, cazador sin fronteras. Cuando la gente no se sabe observada, actúa con entera libertad, son auténticos y deliciosos, otros me presienten, algunos me descubren y actúan, se esfuerzan en ese juego del que se expone y del que observa, placer sublime, goce sin igual. Un agujero taladrado en la madera, un resquicio en el aluminio, pequeño túnel a la gloria, a veces paso horas sujeto al cemento, en espera de ese instante en que una mujer se desnuda y se regodea frente al espejo, cómplice de ella misma, regalo al que espera, yo soy la paciencia, un auténtico Samana, no importa la lluvia, el viento, el frío, el calor. Ese sexo del que no se sabe observado o ese otro del que lo sabe, extremos del deleite, semipenumbras, luces, colores, gemidos, cuerpos que danzan, sudan, gritan, muerden, golpean, lamen, acometen, besan, tiemblan, lloran para mí, para esa frontera, ese simple agujero, a veces mas pequeño que una cabeza de alfiler, ónfalos del goce. En esos instantes soy Dios.

En una esquina, bajo un toldo de sutiles rojos, bebo un café de pésimo sabor, en la glorieta del parque una banda de música prepara los instrumentos, hay un arranque de muslos tras los arabescos de metal de los asientos, la mujer del fagot acaricia con los labios la boquilla, un arranque de muslos, piel sedosa algo quemada por el sol, viento que descubre la carne y provoca el gemido de las cuerdas del contrabajo y el chelo y los violines, cuerdas estremecidas por la visión y la caricia. 

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