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Los conflictos del Poder continúan centrando las noticias diarias alrededor del mundo. No pretenden estos apuntes agotar ese hecho, sino sumarse apenas a la mirada humanista desde el universo de los símbolos y del lenguaje, donde se originan motivaciones y fuerzas que una vez visibles entre las cosas de la realidad suelen ser atribuidas a causalidades más evidentes.  El dominio de la economía, la técnica y la ciencia, por ejemplo, sobre todo en la evolución postrenacentista de la sociedad y la cultura.
 

No parece palmario un vínculo entre la poesía y la guerra, fuera de las inspiraciones temáticas; o entre el mercado y las veleidades lingüísticas del pensamiento. Pero más allá de las analogías que pudieran demostrar nexos entre las dimensiones del ente humano, su cualidad fabuladora emerge con las figuras de la modernidad como otra fuerza productiva que ha realizado al mundo actual.
 

La inexorable dependencia de sus estructuras biológicas, mentales, ecológicas y físicas, definen para lo humano una eterna búsqueda de sentido, finalidad y valor. Su capacidad conceptual, y por tanto crítico-reflexiva, lo lleva a trascender esas fronteras: dispone del aprendizaje creativo y de la cultura. No es posible ignorar estas condiciones y sus consecuencias, por mucho que sea –y será– más cómodo mirar desde el presente el camino recorrido. Algo en cuanto al sentido ha seguido regresándonos a los tiempos primordiales y a las conductas primarias. Algo en cuanto a los fines sigue subsumiéndonos en un telos errabundo por los ecos y reflejos de nosotros mismos en un exterior poblado más por nuestros miedos y deseos que por entes inescrutables. Algo continúa encerrándonos en lo ínfimo de nuestros nuestros valores, y nos hace levantar barricadas ante la otredad.  No se hace una crítica a otra cultura que no sea aplicable en diverso sentido a la cultura nuestra. No hay un valor ejemplar en la cultura nuestra que no encuentre un análogo en la cultura del otro.
 

El Poder es la punta del iceberg de estos equívocos, y se ha ido haciendo cada vez más dramática la confusión entre la densidad social que lo constituye y la figura convencional que lo reduce a la política. No en balde ha habido historiadores que advierten la relación entre conflictos globales decisivos, como la Segunda Guerra Mundial en el siglo xx, y la ignorancia de los líderes o gobernantes respecto a las circunstancias profundas de la realidad que pretenden controlar. Ignorancia debida no tanto o no sólo al desconocimiento o la indiferencia como a los “huecos negros” del dogma en el pensamiento y las trampas insospechadas del lenguaje, que ramifican en intenciones latentes y comportamientos paradójicos. La historia no ha llegado a su fin,  pero continúa sin novedad en el frente.

La palabra representada en las ficciones ha sido un modo activo e insuficientemente reconocido de participación en estas situaciones, en los problemas, construcción y disolución de modelos culturales y sociales.
 

No importa que intentemos comprenderlo a partir de los valores culturales de Occidente, y del conflicto narrativo de su historia: la gobernabilidad de las sociedades desde los enclaves hegemónicos del Poder, y sus relaciones mutuas. Llegaríamos al mismo entendimiento si partimos de otro cualquiera de los libros sagrados que han fundado y transformado sociedades y culturas en la experiencia humana.
 

Es cierto que un rasgo despunta sobre lo apelmazado en la cultura occidental: lo que podríamos llamar su tradición reinstitutiva, que orienta la capacidad conceptual del pensamiento a criticar, rediseñar y reinstituir las relaciones sociales. Representa quizá el privilegio herético de los humanistas y el trasfondo simbólico de las profecías.
 

Asimismo, no importa que ilustremos estos procesos con la experiencia cultural cubana,  que viene a ser metonimia de lo que en el universo mayor de nuestros días sigue siendo fundación y conflicto, crisol y mosaico. Es también una expresión singular: hija además de la ficción europea renacentista, niega su cultura matriz y la replica en un proyecto donde llega a ocurrir en la emergencia del Poder la inusitada síntesis de códigos de Oriente y Occidente.
 

Razón de más para su interesante vigencia, ya anunciada por uno de los fundadores cimeros de la cultura y la nación cubanas: José Martí.Sin embargo, permanece inconcluso el proyecto martiano de sociedad, que reúne la tradición emancipatoria y los sueños futuristas del etnos gestado en la isla.
 

Es precisamente Martí un precedente del pensamiento complementador que se vislumbra como necesario predominio para la humanización del mundo. Es el etnólogo que clasifica, el antropólogo que filosofa, el semiólogo que observa para reinstituir con la palabra. Pero es también el Hombre que conscientemente hace de la palabra el mango de una herramienta para añadirla a la construcción de la realidad; que asume en su propia vida los riesgos fundacionales y los errores de aprendizaje para alzarnos sobre el fin, el telos y el valor enclaustrado.
 

No podemos eludir el destino de la condición humana, pero podemos aprender cómo está hecho, y hacerlo. Educar para esto nos hará ver detrás del espejo, y nos dará las verdades del Poder que realmente somos y nos siguen siendo usurpadas. Entonces sí importa cuándo usamos en el camino la espada, cuándo la palabra.
 

Es posible que el nexo entre la poesía y la guerra sea algo más que un tema. Tomo este espléndido germen de sentido y misterio que recoge Mohammed :
 

“El lenguaje es para los árabes lo que la arquitectura, la pintura y la música para los demás pueblos. Todo árabe conoce bien los cien sinónimos que tienen los nombres caballo y espada, y se deleita empleando complicadas formas de expresión poética. Se inicia desde la infancia en el arte de la palabra bella. La más humilde madre beduina castiga a sus hijos por el uso de una expresión antigramatical.

“Cada tribu tiene su poeta, que la acompaña en el campo de batalla. Antes de iniciarse en la lucha, los poetas de las tribus en guerra se adelantan, cantan las proezas de los suyos y quitan importancia a las de sus contrarios. Se ha dado el caso de que la tribu del vate que queda vencido en el torneo poético,  se retire silenciosamente sin apelar a las armas.”

 

Vale la pena citarlo, a propósito de estos tiempos que vivimos en el estruendo y la furia, y en la creencia de que sólo el demonio viene de Oriente. Bastaría un caso en que el torneo poético haya evitado que se apele a las armas, para que comencemos a creer que podemos conseguir con la palabra lo que nunca ha logrado la espada.

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*Fragmento del libro El árbol del bien y del mal. El código censor del poder en la cultura de Occidente, Editorial Plaza Mayor, San Juan 2003.

 

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