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  • Una lectura dolorosa: La Resaca, de Enrique Laguerre
    Alfredo Villanueva Collado

     

Debo confesar que al terminar una segunda lectura de La resaca, en la edición crítica que Marithelma Costa ha preparado admirablemente para Plaza Mayor, me encontraba perplejo en cuanto a cuál derrotero seguir, qué enfoque tomar frente a una novela que me había causado bastante desazón.  Lo que leí de la crítica puertorriqueña no me satisfizo, ya que divergía radicalmente de mi propia lectura del texto. 

En su análisis de la novela, Costa cita el comentario más acertado sobre la misma, el de Concha Meléndez, quien define el tema central como “la derrota de las  ansias revolucionarias de los patriotas puertorriqueños en las “aguas muertas” de la indiferencia, el egoísmo y la abulia.  El título, La resaca, es una definición simbólica del tema: en la novela, el (549) retroceso de la idea revolucionaria, la persecución y captura de los rebeldes y la muerte del protagonista en el río subterráneo del neblinoso Yukiyú, son la resaca desoladora . . .” (548-549). Meléndez define algunas de las causas de mi desazón.

Otros críticos han preferido aportar comentarios más positivos a tono con la puertorriqueñísima premisa crítica de que “si no puedes decir nada bueno, no digas nada”. José Juan Beauchamp la llama “novela de la tierra” (88). Luis O. Zayas “quijotiza” al protagonista, lo tilda de “auténtico revolucionario dentro del contexto nacional” (226) y de “héroe”, dándole a su madre, la trastornada Lina, el concomitante título de “heroína” (205).  También señala, como recoge Costa en su valoración de la novela que sigue al texto,  que “el protagonista repite aquí la gesta mítica de la historia puertorriqueña . . . arrancando del mito fundacional–representado por la leyenda de Uroayán–y condensándolo en las hazañas de su héroe” (549).  Cabe preguntarse si Puerto Rico tiene una verdadera gesta histórica, qué mitos la sustentan, o si tal gesta es una construcción cultural para justificar el fracaso del proyecto fundacional.

Mi propio análisis me llevó a descartar el concepto de romance fundacional propuesto por Doris Sommer. En La resaca las relaciones eróticas tanto como  la reproducción salen mal paradas.  No hay copulación satisfactoria en toda la narración; con dos excepciones, lo que existe es el maltrato, el abandono y la violación de esposas y concubinas bajo la férula de un rígido sistema patriarcal que incluye tanto a insulares como a peninsulares.  Las hembras de los jíbaros le pertenecen a los amos (253; 269; 456); las hijas de los amos le pertenecen al padre (264-65)  Uno de los puntales temáticos consiste en la mortandad de niños y adolescentes.  Dolorito, en su infancia, está a punto de morir dos veces (101;103) El proletariado pierde infantes a diestra y siniestra por inanición o enfermedades.  Los hijos de las clases altas no están exentos: Lorenzo Quiroga muere a manos de su rival en amores (263); Lope, producto de la violación de Rosario, una criolla, por Gil Borges, un español, muere a manos del propio Dolorito (496-97). El mismo Dolorito sufre un proceso constante de regresión. Cada vez que confronta la muerte de un niño o de un adolescente, quisiera ser él quien hubiera muerto (377) lo cual constituye una negación del proyecto fundacional. En cuanto a las mujeres, Lina, la madre de Dolorito, sufre de monomanía religiosa (116); Lucía sufre crisis nerviosas (262) y se convierte en la esclava de su marido; Rosario empuja a su vástago a un cuasi incesto y es la causa indirecta de su muerte (488).  Y para colmo, Dolorito jamás se reproduce (272).  No puede asumir un rol fundacional.

Dolorito en sí es un “bandido” sumamente conflictivo.  Su nombre es más apto para un cotorro que para un héroe.  Su madre, y por extensión toda maternidad–es prominente el tema de la virgen de Hormigueros (156, 465-75)--, constituye su obsesión, al modelo Freudiano (410). El pozo, cuya presencia lo persigue, las aguas que lo amenazan constantemente, pueden ser muy bien una versión del útero materno. Don Cristo, la versión masculina de su madre,  sufre de inapetencia y abulia (174). Su padre es también abúlico, alcohólico y depresivo (114) La abulia, por definición, es la incapacidad para ejercer la voluntad, marcador de inferioridad degenerativa en el discurso finisecular decimonónico (Smith 103). Su abuelo materno–cuyo nombre él adopta–es un suicida (110).

Dolorito salva esclavas (97) y pajaritos(102), roba pulperías y haciendas–siempre que pertenezcan a insulares(352, 379)–casa jibaritas preñadas con los blanquitos que las han seducido(426); libera presos–siempre que sean puertorriqueños(343)–pero muestra una y otra vez una asombrosa falta de estrategia para mantenerse libre (442) o atacar al enemigo, a quien cuando captura deja libre porque su moralidad le impide la violencia asesina (342, 396, 402-03).  Comete dos homicidios en toda la novela: Lope, un criollo mestizo, y su archi-enemigo español, Balbino Pasamonte–pero resulta que ya los americanos han invadido.  Y finalmente, muere dos muertes: el nuevo enemigo, que para colmo es un tejano, lo abalea, y su amada montaña mítica, el Yukiyú, se lo traga.  Va a parar al pozo que ha temido desde su infancia.  Dolorito no corresponde al bandido que pasa a caudillo que pasa a hombre de estado como describe Juan Pablo Deboves en su magistral estudio sobre el bandidaje y desarrollo nacional en la literatura latinoamericana. No es suficientemente violento.

El final de la novela anula su tan mentado contenido mítico.  La repetición del gesto histórico no resulta en un movimiento hacia el futuro.  La creación de la leyenda de Dolorito no anula la progresión hacia el pozo  no de un individuo sino de todo un territorio que no ha logrado constituirse en nación, dada la falta de voluntad y la pasividad acomodaticia de sus habitantes (509).  Naturalismo, determinismo histórico e individual.

Ya para este momento de mi lectura, La resaca me recordaba dos fuentes que ningún crítico había cubierto: el concepto de race, moment, milieu que forma las bases del naturalismo, y el estudio de Michael Aronna, Pueblos enfermos.  Aronna analiza el discurso de la enfermedad que surge de las teorías de degeneración propagadas por Max Nordau y Gustave Le Bon en las postrimerías del siglo xix, y se recoge en pensadores latino-americanos y españoles tales como Ángel Ganivet, Enrique Rodó, Alcides Arguedas, y Carlos Octavio Bunge. El escritor más cercano a estos teóricos en Puerto Rico, con bastantes salvedades,  ha sido Antonio Pedreira. Josefina Rivera de Álvarez lo considera “el maestro”  de Laguerre (II: 817), y el propio escritor narra el rol crucial que Pedreira jugó en la publicación de La llamarada, su primera novela (1935) como editor y reseñador (Costa, 61), hermanándola con clásicos como Doña Bárbara, La vorágine y Don Segundo Sombra (Álvarez II, 814).  Saqué mi muy manoseada y apuntada copia de Insularismo, ensayo que a mi juicio es el retrato definitivo de la apórica identidad puertorriqueña.  Y lo releí.

Y al leerlo, me encuentro que La resaca es la versión novelada de Insularismo, incluyendo el determinismo geográfico y la crítica amarga contra la negativa personalidad nacional: el puertorriqueño dócil.  Nada de Galdós o Cervantes, aunque tiene mucho de Rómulo Gallegos, El Periquillo Sarmiento y hasta del Dante–la relación del  Dolorito con Rosario, basada en la castidad y la distancia (476), es una versión irónica de la relación Beatriz-Dante.

Pedreira defiende a Laguerre en el prólogo a la segunda edición de La llamarada, que Costa incluye en su edición para Plaza Mayor del texto, por la característica en La resaca que más me choca: “De la filosofía derrotista que pudiera haber en la novela no tiene la culpa el autor;  la tiene el personaje que en realidad vive esa vida. . . . Yo le quisiera más resuelto, más decidido, más optimista, triunfando en todo y sobre todos, pero el no es así hay que tomarlo como es, sin pretender que sea otro”  (80).  Estas palabras, escritas sobre Juan Antonio Borras, se aplican perfectamente a mi rechazo de Dolorito como personaje inverosímil–esto es, no creíble. No hay tal cosa como un “bandido bueno”.

En La resaca resalta el tratamiento negativo del elemento negro, a pesar del personaje de Pai Domingo, el marido de la esclava que Dolorito protege de niño.  Una cita basta: “De las Torrecillas habían venido los negros.  Unos cuantos sorbos de aguardiente les hacían arder los sesos como jueyes al carapacho acabaditos de salir de la olla” (377).  Pedreira, tan lúcido cuando se trata de analizar defectos y las virtudes de los puertorriqueños, regurgita el discurso racista de los teóricos finiseculares (XIX) europeos y latinoamericanos. Laguerre lo repite, llevado por la noción, también fomentada por Pedreira, de que el único puertorriqueño legítimo es el criollo--léase, no contaminado por la negritud-- del Yukiyú, la altura, el dichoso jíbaro-- y que la bajura, el mar, la resaca, la costa, los manglares, los negros, los tremedales, son sus enemigos naturales.  A nadie le parece extraño que en Puerto Rico no exista una “novela de la costa”.

El nombre del anti-héroe protagonista de esta novela es decididamente antifundacional.  El siguiente párrafo en Insularismo, resume y origina la personalidad de Dolorito, bipolar o esquizofrénica (376), representativa de una corrupta identidad colectiva: “Nosotros creemos, sinceramente, que existe el alma puertorriqueña, disgregada, dispersa, en potencia, luminosamente fragmentada, como un rompecabezas doloroso que no ha gozado nunca de su integridad”(168).   Dolorito recorre  la isla de  un lado a otro sin nunca rebasar sus fronteras ni encontrar descanso. Evalúa su situación espiritual: “Estaba solo, angustiosamente solo.  Encontró que la tierra era demasiado ancha y deshabitada. Y él, solo, angustiosamente solo” (462).  Como su padre,   tiene tantos nombres que ya ni sabe cuál de ellos le corresponde (515).  No se reconoce como el ser legendario en que lo ha transformado su amigo Juan Gorrión (464, 484)–o Juan Volao, porque también tiene varios nombres). Dolorito entra a una leyenda literaria, no histórica.  En el plano histórico, su leyenda no existe.  Las leyendas reales corresponden a maleantes como Isabel Luberza, la gran meretriz ponceña, o Toño Bicicleta, asesino de su esposa y parientes. No se puede “leudar” la historia con la levadura de la leyenda (Costa, Entrevista 92), y más si es una leyenda literaria.

He querido hacer, a vuelo de pájaro, un recorrido por lo que he pasado como lector, no como crítico, con respecto a La resaca.  Planifico un trabajo mucho más extenso sobre esta novela e Insularismo, que me permita colocarlos en el contexto más amplio de la literatura latinoamericana y europea. Y agradezco a la Profesora Costa el haberme ofrecido esta oportunidad de un reencuentro con la literatura puertorriqueña, en su magnificas ediciones para Plaza Mayor, La llamarada, y la entrevista, Conversaciones con Laguerre

En la edición de La Resaca el lector encuentra una minuciosa biografía del autor, un estudio de la relación entre literatura e historia seguido un minucioso recuento del momento histórico en que se desarrolla la acción.  Le sigue una explicación de las diferentes ediciones.

En cuanto al valor pedagógico de esta edición, cuenta con una  cronología múltiple, que cubre de 1905 al 2005, relacionando la producción del autor con acontecimientos históricos, literarios, artísticos y científicos; una explicación de abreviaturas, y copiosas y eruditas notas al calce,   El comentario crítico al final del texto incluye un resumen del contenido, un examen de los temas principales, una lista de personajes principales y un análisis de la obra, seguido de una extensa bibliografía. Termina la edición con actividades para el estudio de la obra y un índice léxico, onomástico y fraseológico. 
 
No puede pedir más ningún lector, sea erudito, pedagogo o estudiante.  El enfoque de Marithelma Costa es  el modelo de cómo editar  y preservar la literatura puertorriqueña.


Nueva York, 2010

 

 

Obras consultadas

Aronna, Michael‘Pueblos Enfermos” The Discourse of Illness in the Turn-Of-The-Century Spanish and Latin American Essay  Chapel Hill 1999.

Beauchamp, José Juan..  Imagen del puertorriqueño en la novela

Costa, Marithelma.  Enrique Laguerre: Una conversación.  San Juan, PR.: Plaza Mayor, 2000

Dabove, Juan Pablo.  Nightmares of the Lettered City: Banditry and Literature in Latin America 1816-1920.  University of Pittsburg Press, 2007

Laguerre, Enrique.  La resaca

---.  La llamarada.  San Juan , P.R. Editorial Plaza Mayor, 2002.

Pedreira, Antonio.  Insularismo San Juan de Puerto Rico: Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1957.

Rivera de Álvarez, Josefina.  Diccionario de literatura puertorriqueña .  Volumen. 2.  San Juan de Puerto Rico: ICP 1974

Smith, John H.  “Abulia: Sexuality and Diseases of the Will in the Late Nineteenth Century”.  Genders 6 (Fall 1989): 102-123.

Sommer, DorissFoundational Fictions: The National Romances of Latin America.  Berkeley: University of California Press, 1991.

Zayas, Luis OO.  Lo universal en Enrique A. Laguerre.  Río Piedras: Editorial Edil, 1974.

 

 
 

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