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Últimamente en Cuba, pareciera que algunas cosas se mueven. Después de muchas décadas se publica a Jorge Mañach, Virgilio Piñera, Enrique Labrador Ruiz y hasta Reynaldo Arenas, antes escritores malditos. Pero no sólo se trata de literatura. También parece levantarse la tácita prohibición de hablar sobre la radio y la televisión de la república. Y, sobre todo, de sus protagonistas.

Primero fueron las memorias de Enrique Núñez Rodríguez (Gente que yo quise, 1996), luego las biografías de Ramón Fajardo (Rita Montaner, testimonio de una época, 1997, Premio Casa de las Américas) y Evelio R. Mora (Rosita Fornés, 2001), y las entrevistas de Josefa Bracero a fundadores de la radio y la televisión (Rostros que se escuchan, 2002).

En este contexto aparece
Yo seré la tentación, María de los Ángeles Santana, de Ramón C. Fajardo Estrada, (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2004). El libro de testimonio, de 716 páginas, recoge las memorias de una artista excepcional. Resultado,  fundamentalmente, de entrevistas realizadas en 1999, fue una de las obras presentadas en febrero de este año en la Feria del Libro de la Habana y concitó un enorme interés en la capital desde su lanzamiento.

María de los Ángeles Santana (La Habana, 1914) es fundadora de la radio, la televisión y el cine, y una figura imprescindible del teatro lírico. Su aporte a la cultura popular es invaluable y por ello este libro de memorias está más que justificado. En este sentido, el mérito principal de la obra de Fajardo, además de justipreciar la vida y obra de la artista, es contribuir al rescate de la memoria cultural del país.

Pero el libro tiene, asimismo, otra virtud. Y es que la revalorización de María de los Ángeles se hace extensiva a muchos artistas ignorados y olvidados de dentro y fuera de la isla. Ésta es la primera obra, en casi medio siglo, en la que se menciona, sin escatimar elogios, la más extensa relación de artistas exiliados.

Hay una buena cantidad de fichas biográficas, en las notas al final de los capítulos, donde aparecen nombres tan afamados como Olga Guillot, Fannie Kaufman (Vitola), Roderico Neyra (Rodney), Mimí Cal, Osvaldo Farrés, Minín Bujones, Marta Pérez, Armando Pico, María Julia Casanova, Luisa Maria Güell, Sara Escarpanter, Ivette Hernández, entre otros. Es verdad que muchos, mereciéndolo, no figuran en los resúmenes, de contenido desigual, pero esto era impensable hasta hace muy poco.

María de los Ángeles Santana cuenta deliciosas anécdotas sobre Libertad Lamarque, Rita Montaner, Jorge Negrete, Rosa Elena Miró, Reinaldo Miravalles, Osvaldo Farrés, Agustín Rodríguez y Enrique Santisteban.

Para el lector cubano, de dentro y fuera, es una agradable sorpresa. Por eso no hay cómo agradecer a María y a Fajardo por este acto de justicia, y a Patricia Menoyo, de la Editorial Plaza Mayor, por su publicación dentro de la Colección Cultura Cubana.

Habiendo señalado los méritos esenciales de la obra, me permito abordar otros puntos menos felices.

Lo primero que habría que decir  del voluminoso libro es que le sobran, cuando menos, 200 páginas. Pudo ser más rigurosa la selección de los “recuerdos” y eliminarse pasajes poco relevantes. Aunque se aclara que hubo 40 sesiones de grabaciones, el resultado parece más bien texto escrito, leído ante un aparato de grabación, donde abunda una buena carga de retórica. Por momentos el texto es ininteligible y obliga a la relectura.

Pero, dejando a un lado las cuestiones de estilo, la obra de Fajardo nos sitúa frente a un problema mayor. Y son las limitaciones de cierta historiografía y etnografía en las condiciones de una dictadura totalitaria.

Está claro que el propósito del libro no es la historia de Cuba. Pero el afán totalizador o la búsqueda de una coartada ideológica lo comprometen seriamente. Así, por ejemplo, no hay gobernante, menos el último, que se salve de la crítica o burla del autor. Éste no sólo escamotea el sistemático proceso de desmontaje de la prensa libre y expropiación de los medios de comunicación, después de 1959, sino que rehuye la explicación del éxodo de artistas, directivos y técnicos.

Por demás, el contexto histórico, puesto por el autor, resulta una sucesión de parches, con frases hechas y repeticiones del discurso oficial acerca de la república. Cabe pensar que ello pretende balancear el relato, a fin de que no se interprete como endose del pasado pre-revolucionario.

Uno se queda con deseos de conocer del impacto que tuvo el cambio de gobierno en el mundo artístico, en general, y en María de los Ángeles Santana, en particular. Muchos asuntos debieron quedar fuera del cuestionario. ¿Cómo explica la artista que, luego de haber brillado en España, tardó 30 años en volver a Madrid? ¿Por qué habiendo sido estrella del cine cubano desde sus mismos albores, en Sucedió en La Habana y El Romance de un Palmar, ambas de 1938, jamás el ICAIC la llamó para hacer una película?

Contar con honestidad y consecuencia la historia reciente de Cuba, sea a través de tratados de historia o de historias de vida, siempre será doloroso y complicado. Quizás dentro de un siglo las cosas puedan decirse de un modo más sencillo, sin miedo y sin ataduras. El testimonio de María de los Ángeles Santana debe recibirse, pues, con la alegría y esperanza de las tentaciones por recobrar.

 

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